viernes, 29 de noviembre de 2013

GRAND PRIX

"Si ya no vas detrás de
una brecha que existe,
entonces ya no sos un corredor."
Semanas que se transforman en meses de puesta a punto, de buscar el rendimiento óptimo, de ajustar hasta el mas mínimo detalle enfocado solo en esa hora u hora y media de rendimiento pleno. Horas de hacer pruebas, diseñar estrategias y salir a la pista, para luego pasar igual cantidad de horas examinando la telemetría. Que se pierde un segundo acá, que se gana un segundo allá, viendo los desniveles, descubriendo que el agarre no era óptimo, cambiando caucho por uno mas blando o uno mas duro para evaluar distintas sensaciones... todo ajustado, medido, calculado y recalculado para no dejar nada librado al azar el día de la competencia. 
Y el día, inexorablemente, llega. El competidor desembarca en el circuito mostrando sus mejores colores, confiado de su puesta a punto, de su táctica, de su ritual previo; mide todo una última vez, aprieta las últimas tuercas y lentamente comienza a entrar en temperatura moviéndose en zig zag de aquí para allá con la intensidad necesaria como para maximizar el grip, pero con la precaución suficiente para no tener toques imprevistos con el resto de sus competidores. Y cada uno de ellos está avocado a la misma tarea que él, demuestran la misma confianza que él, hicieron la misma preparación que él. No es de extrañarnos que por la mente del corredor se analice a cada uno de ellos y se intente responder la pregunta "¿Cuantos de estos quedarán por delante y cuantos de estos por detrás?", como si el propio color de las prendas que usan pudiera advertirnos de quienes están para podio y quienes están para abandonar. Es cierto, hay apellidos y trayectorias que dan miedo, como si el solo hecho de compartir el asfalto con ellos fuera suficiente premio. Pero hoy no, hoy hay hambre de mas.
Con todas estas cuestiones en la cabeza, se ubica en la zona de largada y permanece allí mientras los del fondo terminan de acomodarse en sus posiciones. Telemetría encendida, motores calientes, cauchos pegajosos y adhesivos, ojos fijos en las luces. 3... 2... 1... El contador da la luz verde y el reloj empieza a contar lentamente los segundos, con el cinismo propio de quien no perdona absolutamente nada, porque no hay deidad mas justa y mas injusta que Cronos. 
Sabe que la largada es su punto fuerte y lo demuestra una vez mas. Zigzaguea entre los demás y gana posiciones con relativa facilidad, solo espera que este desgaste inicial no vuelva como un búmeran luego con el correr de los kilómetros. Se acomoda en su ritmo y sabe que quienes tiene delante ya no serán huesos fáciles de roer, así que abandona el juego del coraje extremo y pasa a la segunda fase de su plan: el aguante. Ponerse detrás, dejarse ver y oír en el rebufo del oponente, obligarlo a que acelere presa del miedo a ser rebasado, dejarlo que se desgaste mientras no le pierde pisada. La carrera avanza, ya están ambos  en la mitad de la misma cuando el desgaste lento pero constante muestra los primeros quiebres y el oponente baja súbitamente el ritmo, dejando vía libre para hacerse con una posición mas. La estrategia ha rendido sus frutos. 
Descuenta los segundos hasta el siguiente objetivo, consistente pero igual de herido, con la misma fatiga, con el mismo apoyo torpe contra el piso. Faltan los últimos kilómetros, sale a buscarlo en el sector mas trabado, ese en donde los cambios de apoyo y el uso agresivo de la línea óptima de carrera implican un esfuerzo extra pero devuelven la inversión con creces. Busca cada curva con la mirada, con la cabeza, con el peso, se inclina en el desnivel, recorta unos metros, sale recto hacia la siguiente curva, se apoya en el peralte, toca apenas lo desparejo para ganar hasta el último centímetro pero sin perder tracción, sale bien pisado. Adelante la última horquilla, un retome y la línea de meta que ya vio pasar al ganador hace unos momentos. Es ahora o nunca. Se pone detrás, se pega a su espalda, se abre y siente como el viento le da de lleno en el pecho ahora que ya no está guarecido detrás del oponente. Mantiene la derecha, lo acorrala contra las vallas y le deja el espacio justo, a último momento se abre bruscamente a la izquierda y se zambulle a la derecha casi sin frenar. Sabe que, en la desesperación, su rival intentará hacer lo mismo pero sin margen alguno: tiene que levantar y hacer el retome bien cerrado, el jaque al que lo han expuesto no le deja otra maniobra, no puede aplicar la potencia, no tiene como. Quien lo desafía corta por dentro, una impecable tijera hecha con precisión, sale traccionando, saca el limitador y acelerando a fondo deja detrás a uno mas. Jaque mate. 
Acelera arriesgando el motor en la última recta, ataca ya en soledad la última curva y cruza la llegada a toda velocidad. Hoy no habrá podio, pero no por eso se siente menos vencedor, su alma ya está descorchando el champagne.



Y la tarea que le queda a usted, querido lector, es determinar si el relato corresponde a un Grand Prix de Fórmula 1, o si corresponde al corredor que llegó en posición 10, 513 o 4792  en cualquier carrera de de 10K de este fin de semana.

Queda a su criterio. Le mando un abrazo.




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