martes, 21 de octubre de 2014

LA TRISTEZA DEL CORREDOR (RUNNER'S BLUE)

"Demoliendo se construye"
-Anónimo-

Alegre y desahuciado. Vigoroso. Invencible, pero al mismo tiempo inerme. Mi objetivo estaba cumplido. Todo un año de preparación volcados a poco mas de 4 horas de competencia. Mi reto personal, mi desafío, había sido finalmente alcanzado: la gran y enorme bestia de 42195 metros había sido vencida. El sentimiento que mas recuerdo es el de emoción y felicidad. Toda mi familia (uno de los tres lados del "triángulo del corredor" que habla Bob Glover) estaba allí, esperando al maratonista para felicitarlo en su bautismo. Sin embargo, en silencio, sabía que en su último "coletazo", la maratón me arrastraría con ella al abismo. Ese era su precio. El vacío, duraría casi un año.

De octubre a diciembre me propuse equilibrio. Mantener la forma para no perder aquel logro que tanto me había costado alcanzar y así poder cerrar el año calendario con gusto a victoria, exhibiendo mi novel título.

Mas allá de acompañar a mi mujer a correr sus primeros 10k en noviembre, encontré una "carrerita de 12k" dónde podría medir mi estado post maratón. Diciembre es una época de calor agobiante en Buenos Aires, ya que Argentina está en el hemisferio Sur. Si bien las competencias se organizan a primera hora de la mañana, el verano nos muestra sus primeros azotes desde temprano. La crónica de aquel desastre, acá.

Al mismo tiempo, que lidiaba con mi propio "triángulo del corredor", el sentimiento de vacío se iba profundizando. Mi némesis había quedado superado, pero había esmerilado mi visión. Estaba herido. El fuego interno se estaba apagando.

Las vacaciones de verano transcurrieron sin pena ni gloria, permitiendo algún que otro fondo muy esforzado por la playa. La arena, el mar, el sol y mi creciente "tristeza".

El running no es una obligación. Al contrario, lo tomo como una actividad placentera, de enorme satisfacción. Pero sabemos que, paradójicamente, lo sentimos un deber. "Correr o morir", nos comanda el superhumano Kilian Jornet.

Así, el mes de marzo marcó el hito. Sentí que debía buscar un nuevo objetivo, visualizarlo seriamente, enfocarme y poner proa hacia el mismo. La estrategia requería compromiso. El compromiso necesita del sacrificio. El sacrificio, nos obliga a hacer. Hacer es doblemente laborioso cuando se está sumido en la "tristeza".

Pero, de qué iba esta "tristeza". Muy bien lo describe Haruki Murakami en su ensayo "De qué hablo cuando hablo de correr".

Parece ser que cuando un fondista alcanza su objetivo, habiendo luchado y dejado todo en la batalla, el resultado produce una sensación de vacío. Haber llegado a nuestra conquista deja el solitario sabor de la victoria personal. Algo así como un "recuento de víctimas". Una meseta. El sosiego. La tristeza del corredor.

Tal era el sentimiento, que ni siquiera buscaba el espacio para poder canalizarlo en estas líneas. 

Así entendí, finalmente, que la única alternativa era olvidarme de todo lo hecho en el pasado. Vaciarlo como quien vacía la papelera de reciclaje. Reciclaje? Eso mismo! Debía enfocarme en lo concreto. Había que hacer. Si, dije hacer, no correr. Había que reciclar.

Los corredores somos outsiders. Nuestra vida social se acota, nuestro entorno sufre alteraciones y nuestros hábitos cambian. Concentré todos mis esfuerzos en correr de forma flexible, pero ajustándome a un plan integral, sin espiar el calendario de carreras. Cuando digo integral, es literal: el trabajo, la familia, la alimentación, los días de rodajes y los días de descanso. Me reciclaba de mi anterior yo.

Lentamente, empecé a sentir cómo la energía fluía. El entusiasmo recuperaba terreno sobre la tristeza. Nuevos objetivos comenzaron a cobrar forma. Se ensamblaban perfectamente, sin condicionamientos de días, horarios, calendario de carreras o imposición de "cuánto el mil" del GPS de mi cronómetro (o de la secreta competencia que mantenemos contra otros corredores).

La conclusión propia -que no necesariamente tienen por qué compartir- es que, mas allá del calendario de carreras, los tiempos personales y medallas, la única y verdadera gran conquista, está en no perder las bases. No olvidar nunca de qué esto que hacemos (y que tanto amamos hacer) no debe quedar sepultado por la tristeza. Debemos aprender a maridarlo con nuestra vida, para que con el transcurso de los años, el gusto de hacerlo sea cada vez mejor.

Abrazo de Finisher.









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